Después de muchas plàticas con mi esposo, sobre el concepto de poner límites, todo a mi alrededor me indicaba que era el momento para decidir, de mutuo acuerdo como padres,què hacer.
Hace tiempo que con mis hijos he tenido de todo menos calma; ha habido cambios y sufrimientos muchas veces innecesarios. ¿Por qué? Porque no hubo límites!
Cuantos enfados y majaderías; cuantas lágrimas derramadas que hubieran podido ser evitadas; tropezones, pleitos que culminaron en rupturas, tan crueles e insensatas que dejaron heridas sin cerrar...
Las relaciones humanas, y sobre todo cuando involucran sentimientos, requieren a como dé lugar, poner límites!
Y mientras más poderoso es el sentimiento que nos involucra con la otra persona, más difícil es establecerlos, sobre todo antes de que el conflicto se desate!
Suena demasiado mecánico poner las reglas del juego cuando todo està en calma.
Es casi como confundirlos con castigos... Y ellos saben bien còmo evadir el tòpico!
¿Qué hay de aceptar al hijo tal y como es?
¿Dónde cabe lo del amor incondicional, entonces?
¿Por qué es tan confuso y a la vez tan difícil abordar el tema?
¿Acaso necesitamos sufrir primero para obligarnos a establecerlos?
Qué absurdos solemos ser los humanos! Somos la única creatura que tropieza, no dos, sino varias veces con la misma piedra!
La paciencia, tolerancia y amor que profesemos a los hijos, nos exige creer que los límites también son necesarios. Por más que nos resistamos, es curarse en salud!
La persona que no sabe respetar límites está destinada al fracaso y al sufrimiento.
Sin embargo, nos parecìa importante tener presente que los límites no podìan ser eternos, inaccesibles ó inquebrantables….
Hay momentos en donde como padres, es necesario sentarse a revisar la puesta de límites que hay en casa. De pronto nos encontrabamos que algunos no eran lo suficientemente claros, ó muy rígidos y absurdos para el otro, ó simplemente, que podìan generar lejos de ventajas, más bien dolor, además que eran totalmente maleables; a veces a una época, otras, al estado anímico de alguno de nosotros. Nos esforzàbamos por darles alas y raìces. Y sin embargo, las cosas se complicaban cada vez màs.
Es que no existe peor desesperaciòn que la de ver a un hijo hundièndose en serios problemas, y que el intento por detener su caìda nos arrastre en su inercia...
Hay momentos en donde tenìamos la sensaciòn de ser absorbidos por un hoyo negro!!!
Sin embargo, después de pensar fríamente las cosas, y comprobar que no dependìa de mì, el remedio, comprendì como yo misma me tendì una trampa...¿Trampa...por qué?
Porque quise intervenir sobre algo de lo cual no tenìa el control...
Mucho menos la responsabilidad!
Y vino la parte atroz... hacer algo que me resultò realmente difícil….¡Retractarme!
No era asì como lograrìa ayudarlo! Me estaba destruyendo en el camino!
Mi esposo y yo llegamos a la conclusiòn que nunca podrìamos coincidir en los argumentos que antes defendìamos, al caer por tierra la esperanza a la que nos aferrabamos, era claro que ambos ahora, veìamos por què no daba resultado...
El sustentaba cuán inconveniente resultaría el prometer algo y no cumplirlo.
Yo comprendía que me habìa equivocado en la elección del límite...
Y aquellos, esgrimiendo la espada de la ingratitud, dejaron nuestros corazones ajados y heridos...de amor huìdo...Al lìmite!
Pero este dolor compartido, nos ha unido aùn màs como pareja, porque ahora vemos juntos a una misma direcciòn!
Samantha
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